lunes, 28 de septiembre de 2009

*Capítulo 5: Welcome to Vegas

*Capítulo 5: Welcome to Vegas

Tras una parada en Phoenix y largas conversaciones con Ryan, por fin llegamos a Las Vegas.
Varias horas después ya eran las siete de la tarde.
- Bueno, te veré esta noche – dije
- Se te olvida algo.
- ¿El qué? – pregunté
Se acercó a mí y se me disparó el corazón, me daba la sensación de que mis latidos se oían en estéreo.
- Las gafas por la noche – me susurró al oído.
- Bueno, aún no ha anochecido del todo...
- Pero falta poco – dijo mientras arqueaba una ceja. - ¿Te acompaño? Me sé esta ciudad como la palma de mi mano.
- Ah... vale. Si no tienes nada que hacer...
- No, claro que no. ¿En qué calle está? Tu apartamento, digo.
- Mmm creo que es Warhol Street.
- Ah, ya sé dónde está. No muy lejos de por aquí.
- Genial – aunque por dentro no pensaba lo mismo, pues, eso implicaba pasar menos tiempo con Ryan.

Caminamos por una calle desoladora. Y yo me preguntaba: ¿dónde estarían las luces de neón tan características, y los casinos...?
Él pareció leer mi mente.
- Ya sé lo que te preguntas. –rió – Es que estamos en las afueras. Esta noche vas a alucinar.
“Ya lo creo que sí” pensé para mis adentros.
Un par de calles más, en silencio, llegamos a la calle y al edificio: el número 4.
Nos paramos tranquilamente en la puerta.
- Bueno...- empecé
- ¿Te paso a buscar en 2 horas?
- Sí. Nunca tardo en prepararme más de una hora. Y tengo el tiempo justo para colocar las cosas.
- OK.

Se inclinó ligeramente y acercó su rostro al mío (olía tan bien...) y me dio un beso muy dulce en la mejilla, casi rozando la comisura de los labios y no pude evitar ruborizarme. Me gustaba tanto, y sólo le conocía desde hace dos días, pero era tan diferente... No se parecía a ningún chico de los que había estado; dos ex novios y varios líos de una noche en fiestas.

- Nos vemos luego – dije
- Nos vemos luego – repitió sonriente.

Cogí las llaves del bolso y vi cómo se alejaba... suspiré y subí las escaleras con las maletas en la mano. Ry me había ayudado a llevar la más pesada.
Menos mal que era un primero...
Abrí la puerta de la casa. Encendí la luz. Parecía no haber nadie, limpio, pero con desorden considerable. Un póster gigante de la Velvet Underground daba la bienvenida al salón. Un montón de ropa tirada en el sofá una guitarra acústica negra al lado, y un dvd de My Chemical Romance abierto sobre la mesa con el CD sobre la televisión.
- ¿Hola? – pregunté. Nadie contestó.

Encendí la luz del pasillo. Abrí una puerta, la que más cerca estaba: era la cocina. Pequeña pero limpia; blanca y muy equipada, la cerré. Abrí otra: el baño; también pequeño, con bañera hidromasaje y bastante limpio también. Seguí explorando la casa. Esta vez era una habitación. Sería la mía: cama bastante grande y bien hecha, azul; ventana sin vistas panorámicas (no podía esperarme otra cosa), un armario pequeño y escritorio con reproductor de música.
Sobre la cama, que era para 2 más bien, reposaba una pequeña nota: ‘Por si acaso’. Reí. Sabía perfectamente que esa cama estaba para usarla. Esa tía me iba a caer bien.
Coloqué mis cosas y me metí en la bañera para darme una ducha rápida. Decidí no entrar en la habitación de mi anfitriona por respetar su intimidad.
Me di una ducha rápida, con agua templada. Unos quince minutos tardé.
Me lavé el pelo también: el viaje me lo había dejado fatal.
Cuando salí de la ducha me miré en el empañado espejo. Me quedaba una hora y media, suficiente para mí. Me sequé con las blancas toallas, de un blanco más puro que los Jonas Brothers y me eché un poco de crema hidratante para que mi piel estuviera suave. Tras secar un poco mi pelo, me puse la ropa interior y unos vaqueros pitillo desgastados con un cinturón negro de tachas. De arriba, me puse una camiseta holgada vintage que me llegaba hasta la cintura. De calzado, las converse rojas.
Me sequé más el pelo y me lo alisé. Mi flequillo rebelde se mantenía en el lado derecho de la cara, como yo quería.
Ahora me tocaba maquillarme: eyeliner, rimel, corrector de ojeras y listo. Nunca me maquillaba más que eso. Fuera lo artificial.
Ya quedaban quince minutos para que viniera, y estaba viendo la tele, absorta en un canal de video clips.
Era un buen canal, hizo que el tiempo se me pasara volando, a pesar de que estaba un poco nerviosa.
Sonó el timbre a las nueve y media justas. Qué puntual. Me preguntaba si Ry sentiría la misma atracción por mí que yo por él.
Bajé las escaleras de dos en dos y cerré la puerta del portal; allí estaba él.
También se había cambiado de ropa, del mismo estilo tan suyo, con un ligero toque de eyeliner. ¡Me encantaban los chicos con eyeliner! Eso sí, sin pasarse.
Me miró sorprendido:
- Vaaaya, qué cambio más radical; de coleta, pantalones y camiseta de tirantes a éste. – dijo mirándome de arriba abajo.
Me reí.
- Idiota
- En fin, ¿nos vamos? ¿Y las gafas?
- Claro. Y las gafas las dejo para otro día.
- Jo- dijo bajando la vista. – Yo había traído las mías – sacó un estuche negro y rojo pequeño, con un intento de parecer serio, pero la voz se le quebró y le salió una estruendosa carcajada.

Hablábamos y bromeábamos sin parar hasta que llegamos a un lugar lleno de sonido y colores. Esto era Las Vegas de verdad.

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